Salir de Windows XP: ¿Windows 8 o Ubuntu?

Recientemente, dos personas cercanas a mí dejaron de usar Windows XP: la primera se compró un portátil con Windows 8 y la otra instaló Ubuntu en su viejo aparato. Para ambas el sistema ya era muy lento y prácticamente no se podía usar (2 GB de RAM, procesadores de un solo núcleo, antivirus cada vez más exigentes, software malintencionado cada vez más incontrolable…). Además, los chicos de Redmond han dejado de de soportar XP, razón por la cual les sugerí a mis amigas que se actualizaran.

La que se actualizó a Windows 8 pagó el equivalente a setecientos dólares por un portátil nuevo. Al encender la máquina notó que aparecían innumerables mensajes incomprensibles, que la velocidad era igualmente lenta y que no había unidad óptica para instalar Office. El vendedor le explicó que tenía que comprar una licencia de Office nueva e instalarla por Internet (50 dólares), porque la licencia que de la versión que tenía (2003) ya no era compatible con el nuevo sistema. Un poco contrariada, compró la licencia que le recomendaron y me llamó para que resolviera todos los inconvenientes y para que le pusiera los archivos que tenía en su viejo aparato.

Después de pasar una tarde descargando programas, copiando archivos, quitando el software inútil instalado por las corporaciones y configurando todo para que no le salieran mensajes indeseados, el computador quedó funcionando decentemente.

Pasado un su mes su opinión me llamó la atención: «Es igual de rápido a como era el viejo computador cuando lo compré y he podido hacer todo lo que hacía antes, que era lo que quería», me dijo. «Pero ahora percibo que los programas tienen un exceso de opciones en la pantalla: hay botones y mensajes por todas partes; cada vez que muevo el ratón aparece algo distinto; y en general es muy confuso. Yo no necesito todo eso y me siento saturada y un poco incómoda». Al respecto, la empresa que hace ese sistema operativo parece querer que los usuarios ensayen nuevas funciones poniéndoselas simultáneamente en la pantalla, un poco como hicieron con la cinta de opciones a partir de Office 2007. Desde esos días, oigo reiteradamente la queja de la saturación en la interfaz.

Mi amiga continuó: «Otra cosa es que el diseño me parece un poco infantil: cuadros de colores con letras grandes y muchas imágenes en lugar de textos; es como si creyeran que soy una niña pequeña que necesita todo simplificado y llamativo. Preferiría algo más maduro y profesional». Ni a mi amiga ni a mí nos gusta el aire de la nueva interfaz. Yo siempre he tenido la percepción de que a los de Redmond les gustan los colores chillones y los contrastes máximos (como en el tema Luna de XP) por lo que no me sorprendió mucho que el diseño de Windows 8 fuera tan «infantil». Sin embargo, siempre ha sido fácil cambiar el juego de colores, por lo que este es un problema fácil de resolver.

La última queja de mi amiga fue la siguiente: «Ha sido un poco difícil usar algunos programas. A veces ocupan toda la pantalla y no veo los menús ni los botones que solían estar, así que tengo que adivinar o preguntarle a alguien». Con esto, mi amiga me hizo notar lo confuso que resulta el híbrido que es Windows 8, entre escritorio y tableta. Como unos programas se manejan de un modo y otros de otro, entonces un usuario como ella puede percibir que el computador es difícil de usar.

De cualquier modo, hay que reconocer que mi amiga se adaptó rápidamente y que, invirtiendo algún dinero, pudo actualizarse y continuar haciendo lo que solía hacer sin mayores inconvenientes.

La otra amiga que salió de Windows XP también tenía un viejo computador, pero decidió en cambio probar Ubuntu, fundamentalmente porque quería empezar a participar de la comunidad del software libre y de código abierto y, además, porque le había gustado el manejo de ventanas de Unity. Ella, a diferencia de mi primera amiga, no quiso invertir dinero en una máquina nueva.

Yo le había mostrado las instrucciones que preparé para este blog pero ella me pidió que instalara el sistema a su lado y le fuera explicando. Así pues, como con la primera amiga, usé una tarde completa para ponerle al día el computador. Al principio me pareció que iba a cambiar de opinión cuando abrí la Terminal y empecé a trabajar mediante comandos, pero tuvo paciencia e incluso se interesó en los procedimientos.

Al final de la tarde habíamos instalado Ubuntu 12.04 usando Wibi, habíamos actualizado LibreOffice y habíamos instalado su vieja licencia de Office 2007 a través de Wine. Además, ella había podido aprender algo del sistema de archivos y del uso de la Terminal.

Al día siguiente me llamó porque no le aparecían las redes inalámbricas en el icono de las conexiones de red. Habíamos instalado Ubuntu conectados por cable y no verificamos el soporte WiFi. Le indiqué que instalara controladores privativos, pero le aparecía un mensaje de error. Busqué el mensaje en DuckDuckGo y encontré varias soluciones que le dicté por teléfono (todas implicaban usar la Terminal). Ella pudo seguirlas, pero el problema no pareció arreglarse. Le pedí que me prestara el portátil para ver si conseguía hacerlo yo. Al recibirlo, lo conecté de nuevo a Internet por cable, actualicé el sistema y voilà, aparecieron las conexiones de red.

Pasadas un par de semanas más le pregunté cómo iba. «El computador en Ubuntu se siente muchísimo más rápido y no he tenido ningún problema para trabajar», me dijo. Le pregunté si había echado de menos algo de Windows y me dijo que no y que prácticamente no había notado la diferencia. «Hay que acostumbrarse a que los controles de la ventana están a la izquierda, pero eso no es muy difícil», me dijo. «¡Es un alivio saber que no debo preocuparme todo el tiempo de los virus!», agregó. Reiteró que estaba encantada con manejo de las ventanas y me dijo que había encontrado que el Tablero era muy práctico. Finalmente señaló: «Honestamente, no he vuelto a abrir la Terminal ni a configurar nada porque he tenido mucho trabajo». Como muchos, ella había aceptado que tendría que usar la Terminal con frecuencia, pero por fortuna no resultó ser el caso.

Tal como la primera amiga, la que se pasó a Ubuntu se pudo adaptar rápidamente luego de resolver algunos problemas y también pudo volver a hacer lo que hacía antes en poco tiempo. A diferencia de la primera, sus críticas a la interfaz fueron pocas y, en general, se sintió muy cómoda. Decir que fue más barato para ella no sería justo, porque había decidido no comprar una máquina nueva, pero sí es verdad que no se vio obligada a comprar una licencia que no quería.

Como muchas veces pasa en el software libre y de código abierto, el problema de los controladores estuvo presente, pero para el usuario no experimentado esto es tan molesto y difícil de abordar como el software no deseado de un computador nuevo con Windows. De cualquier manera, yo recomiendo tener un padrino o una madrina para solucionar estos problemas.

Teniendo en cuenta estas experiencias, considero que para salir de XP es mejor idea cambiarse a Ubuntu que a Windows 8. Con Ubuntu la interfaz está muy bien lograda, hay compatibilidad con los programas viejos y no hay tantos virus. Si bien hay más software para Windows, las alternativas para Linux son cada vez más potentes y mejor logradas. Además, adaptarse al cambio cuesta al menos tanto trabajo como con Windows 8.

Ahora bien, aunque Windows no está tan mal como nos gusta decir a los amantes del software libre y de código abierto, una ventaja importante de Ubuntu es que a largo plazo cabe esperar nuevas funciones y actualizaciones sin tener que pagar por lo que uno no desea (de hecho, sin tener que pagar nada), lo cual me parece un gran punto a favor. Por ejemplo, LibreOffice está mejorando rápidamente y es bastante compatible con Office. Finalmente, Ubuntu parece tener una propuesta más llamativa para las tabletas.

A la amiga que se actualizó a Ubuntu le recomendé entonces comprar un computador con este sistema de los que vende Dell para evitar el problema con los controladores. Para quienes viven en los Estados Unidos o en Europa, les recomiendo comprar máquinas con Ubuntu hechas por pequeños fabricantes, que ofrecen garantía y soporte (con lo que, además, pueden incentivar la pluralidad en el mercado). Finalmente, siempre está la opción de buscar en la lista de computadores compatibles con Ubuntu, comprar uno con Windows e intentar obtener la devolución del dinero por no usarlo.

Las ventajas de Ubuntu justifican el esfuerzo.

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